Durante los años que he vivido después de mi vuelta a España he visto cómo los debates en el Congreso se han ido deteriorande cada día más.
En Suecia, donde he vivido durante mi etapa laboral, las preguntas a los ministros eran sobre asuntos de interés general o de intereses para alguna región o localidad del país. La pregunta, iniciada por un diputado, era respondida por el ministro. Pero igualmente cualquier otro diputado podía añadirse al turno de preguntas y completar el tema hasta que la discusión se consideraba acabada. El resto de diputados podía seguir el debate desde sus puestos de trabajo. En España, además de que solo hay tres minutos para cada pregunta, hay una obligación de que todos los diputados estén en el hemiciclo. ¡Qué pérdida de tiempo!
Luego, lo peor es que apenas hay preguntas sobre asuntos concretos. Ayer miércoles 7 de abril una de las preguntas al ministro del interior era: “¿Por qué aún no ha dimitido?”. O la otra pregunta, al ministro de justicia: “¿Se responsabiliza el gobierno de algo?”
El deterioro del debate es culpa de todos. Hay sin embargo una responsabilidad añadida por parte del partido gobernante. El PSOE haría bien en no ir al debate con acusaciones de todo tipo a la oposición, acusaciones motivadas, pero que no añaden nada de valor. ¿Cuál debería ser la respuesta? No salirse del papel de gobierno. A las preguntas arriba mencionadas no hay respuesta. ¿Qué pasaría si el ministro dijera sencillamente que no hay respuesta? Tras tres sesiones parlamentarias seguro que los diputados cambiarían sus preguntas y las harían más concretas. Luego los ministros no hacen ningún favor a la democracia si dedican parte de su tiempo a rebatir a los preguntantes con acusaciones. Si los preguntantes echan leña al fuego aludiendo al hermanísimo, a la mujer del presidente, a Koldo o a las putas en un parador, esto normalmente no tiene nada que ver con las preguntas, y por ende lo más sensato es no responder por mucho que uno se sienta motivado a hacerlo. Bastaría con decir que todas esas alusiones pueden discutirse en el bar del congreso. Alusiones en estos días a Mazón, a la dana, a la política o falta de política de Feijóo en Galicia, están de sobra.
Yo tengo una propuesta particular. Primero que nada, cambiar el título de sesión de control a sesión de preguntas, porque no es control de nada. Segundo, suprimir la obligatoriedad de participación de todos los diputados. Tercero, invitar a comisiones de diputados a visitar durante una semana alguno de los parlamentos nórdicos para in situ, aun no sabiendo la lengua, ver el contraste en las relaciones entre los parlamentarios y los ministros.
Lo dicho arriba sería también aplicable a los plenos temáticos. Al menos el partido mayoritario del gobierno debería abstenerse de responder a todas las alusiones extraforáneas al tema y no añadir otras alusiones extraforáneas que motivan nuevas respuestas. Con un poco de paciencia el debate volvería a sus cauces, y el congreso dejaría de ser una vergüenza nacional.
Miguel Benito