La relatividad del tiempo

Leo un anuncio en la prensa de una marca de relojes que dice:

«El reloj recibe, via ondas de radio, la señal generada por un reloj atómico. La precisión es absoluta, con una tolerancia de 1 s. cada 10 millones de años.»

La primera pregunta que me surge es quién puede necesitar llevar esa precisión total en una de sus muñecas. La segunda, y más interesante, es saber si el tiempo o la hora es tan absoluta como puede parecer. Se me ocurre un ejemplo sencillo: dos personas van a tomar el tren, una llega a la estación un minuto antes de partida, y la otra un minuto después de que el tren ha partido. Son dos minutos de diferencia según el reloj. Pero la consecuencia es que quien ha llegado un minuto después tendrá que esperar al próximo tren, y si este viene una hora más tarde ese minuto en realidad vale por 59 minutos de diferencia con el que había cogido el tren a tiempo.

Algo parecido pasa con el horario de verano y el de invierno. Para demostrar que es un sinsentido nada mejor que seguir el horario solar que la televisión pública sueca publica con el tiempo una vez por semana. Se ilustra al sol despertándose por la mañana y acostándose por la noche, con tres horarios diferentes el mismo día, uno para el norte de Suecia, otro para el centro y otro para el sur. La diferencia entre los tres puntos y dependiendo de qué mes puede ser de varias horas. Entonces ¿qué sentido tiene cambiar el horario? En España deberían las redacciones televisivas de El Tiempo hacer algo parecido. Veríamos que entre Barcelona y La Coruña hay una diferencia de 42 minutos por la mañana este próximo sábado 25 de marzo (43 minutos por la tarde), también entre San Sebastián y Tarifa hay diferencia, aunque quizás no tanta, 17 minutos por la mañana (12 minutos por la tarde).  Se puede comprobar en «eltiempo.es». Cuando la cabalgata de Barcelona el día 5 de enero se estaba retransmitiendo en directo por la TV ya era oscuro, mientras que en Calpe seguía luciendo el sol. Y ambas ciudades están en la costa oriental.

El efecto de adelanto o retraso de una hora en verano y en invierno tiene además un efecto en un sentido o en otro solo la mitad del tiempo que sigue al cambio, ya que luego el día vuelve a ser más largo o más corto.  A la vez obliga a todo el mundo a cambiar sus relojes dos veces por año, en aras de un valor añadido que realmente está por demostrar. Cada vez que cambiamos al horario de verano se menciona lo que nos ahorramos, pero todos los años es la misma cifra de ahorro. Los propagandistas del cambio de horario ya ni se preocupan de hacer nuevos estudios.

Podemos ser críticos  a las decisiones tomadas a nivel europeo, y lo debemos de ser, precisamente para salvaguardar lo más importante, y suprimir lo superficial, que muchas veces crea problemas innecesarios. Para algo tenemos más de 700 diputados en el parlamento europeo. Algo tendrán que hacer, pero que lo hagan bien.

Miguel Benito